ENTREVISTA A PAULA PARETO
¿Cómo fueron los momentos previos a empezar a competir en Beijing?
Estaban todos haciendo el precalentamiento, una mira y se imagina que la que tiene al lado tal vez la enfrenta en un rato. Es una adrenalina especial.
Son nervios, que trato de que jueguen a favor. Una vez un entrenador me dijo que es bueno siempre estar un poco nervioso, no mucho porque el exceso es malo. Pero un poco sirve para aumentar la adrenalina, por lo que uno está más activo y más atento a todo. Entonces está bueno eso.
Definiste por Ippon rápidamente el primer combate ante Tiffany Day…
Era una incógnita saber como luchaba esa chica, nadie sabía como se paraba y cuál era su estilo. Siempre digo que todos los que compiten es porque tienen mérito y es muy respetable. Así como tambien son muy respetables aquellos que no clasificaron, porque cualquiera te puede ganar, el judo es cuestión de viveza y no tanto de experiencia.
Estaba nerviosa, la primera lucha es la más complicada porque necesitás un cambio de aire, una activación fuerte que más o menos es la que te marca como va a ser tu torneo: “Ya estoy acá, me subo, lucho y ya”, pensé y por suerte resultó sencillo. Ojo, tal vez vuelvo a enfrentarla y me gana, pero en esa pelea no sufrí ningún ataque peligroso y al ganar tuve un alivio importante.
¿Cómo analizas la pelea por la medalla?
Cuando empezó la lucha ella estaba mejor y me estaba matando. Me propuse dejar todo por más que la lucha parecía perdida, ya que todavía no estaba terminada. Faltaban dos minutos y me dije: “Ya está, perdí pero no importa, voy a ir para adelante”. Sinceramente me sentía en inferioridad de condiciones, porque cuando me dan la sanción me estaba dominando claramente. Además eso se notó, pero iba dejar todo hasta el último segundo. Si voy a perder, que sea con honor: por lo menos voy a molestar hasta el final, nadie se la va a llevar de arriba (risas).
¿Cómo fue ese golpe maestro?
En la última parada de tiempo, cuando dan el reinicio, miró que faltan diez segundos y la fui a buscar, después me atacó ella y ahí fue cuando aproveché: le hice un contralance y mientras caíamos logré hacer que caiga de espalda para hacerle un waza ari. Al toque pensé que habia ganado. Entonces miró el tablero y veo que le dieron los puntos a ella. Yo estaba convencida que la pelea era mía, pero también me puedo equivocar o lo pueden haber visto mal, por lo que me crecieron los nervios. Pero observé a los árbitros reviendo la decisión y me ilusioné…
Es inimaginable la tensión que habrás tenido mientras esperabas….
“Me muero si se equivocan”, dije. Porque estaba segura que el lance lo hice yo: caigo primero para hacer que la china caiga de espalda. Perdí en toda la lucha, y cuando en los últimos seis segundos siento que la gano, si la perdía por un error de los árbitros me moría. Lo único que se me venía a la cabeza, fue pedirle a Dios que me ayude, porque a esa altura era el único que me podía ayudar. Por suerte después me entero que los árbitros estaban convencidos que era mío el lance, pero yo no lo sabía. Miraba para todos lados, miraba a mi técnico que me decía “tranquila…tranquila”… pero yo estaba bloqueada, menos mal que duró poco hasta que me la dieron por ganada. Igual creo, que en esos diez segundos debo haber perdido dos años de vida por todo el estrés que viví. Que los recuperé después con tanta alegría… (sonríe).
¿Qué pensaste cuando te dieron la pelea ganada?
En el lugar donde me entreno, mi familia, mi entrenador y el de la selección –Carlos Denegri-, todos mis amigos, los de judo y los que no son de judo. En todos los que estuvieron detrás mío y siempre me apoyaron. Un apoyo que siempre me hizo sentir bien. Fue muy lindo saber que puse contenta a mucha gente por mi victoria, porque depositaron confianza en mí y lo pude retribuir. Muchos me motivaban, “te va a ir bien en los juegos” me decían, y les aclaraba que era muy difícil. No sé sí lo decían para que vaya confiada o por que lo creían de verdad -comenta con sonrisa-, pero eso me ayudó a sacar más fuerzas. Sé que muchos lo creían, y sino lo creían lo deseaban. Además de ponerme contenta por mí, me sentí feliz al saber que pude darles una alegría a las personas que quiero. Por eso empecé a llorar.