UNA SELECCIÓN QUE DEPENDE DE ALADINO
“Gracias a Dios, el enano frotó la lámpara”. Está claro que la frase de Sergio “Chiquito” Romero no se ajusta rigurosamente a la conocida fábula de Aladino, eternizada en “Las mil y una noches”. Pero no estuvo tan errado el arquero del seleccionado argentino al cerrar con esa metáfora su análisis del ajustado y deslucido triunfo por 1-0 frente a Irán. Es evidente que algo no funciona bien si, como sucedió ayer en Belo Horizonte, el propio genio debe provocar la salida de su cerrojo para hacer cumplir uno de los tres deseos de cualquier equipo de fútbol, que es ganar. Los dos restantes, gustar y golear, quedaron insatisfechos.
Más allá de los pronósticos optimistas que se hacían en la previa de uno de los partidos más desiguales que, al menos en los papeles, el Mundial Brasil 2014 podía poner en su cartelera. Conscientes de sus limitaciones, los iraníes se consagraron al aguante sin más ambiciones que un empate que los mantuviera con vida en el Grupo F y seguramente los convirtiera en héroes nacionales a su regreso a Medio Oriente. Optaron por absolutizar uno de los dos aspectos del juego, la defensa, y tan mal no les fue. Argentina nunca le encontró la vuelta, y casi lo paga con un vergonzoso empate.
Sin cambio de velocidad, carente de sorpresa y hasta de ambición, el seleccionado albiceleste se repitió en centros anunciados y nunca hizo prevalecer en el mano a mano la impronta de Messi, Di María, Agüero e Higuaín. Dependió demasiado de las subidas de Zabaleta y de Rojo, y de los cabezazos de Fernández y Garay; y se sabe que estos no son precisamente los “cuatro fantásticos” del plantel.
Los tardíos ingresos de Lavezzi y Palacio, tras interminables deliberaciones del técnico Alejandro Sabella con sus asistentes y después de algunos sustos en el área de Romero, le dieron al equipo un poco más de movilidad pero no le aportaron el toque de inteligencia como para saltar la muralla iraní. Hasta que el genio advirtió que estaba predestinado, o condenado, a ser al mismo tiempo el héroe del cuento. Y que él mismo, casi al final de un final infeliz, debía liberar al genio hosco que había permanecido tanto tiempo en el encierro.
Hugo Caric
@HugoCaric