ENTREVISTA: EL MEJOR DEFENSOR DEL MUNDIAL '78 
25 de junio 1978: Argentina Campeón del mundo con ‘El Tiempista’ Luis Galván

Por  Jonatan Fabbian

No será conocido como los goleadores o los capitanes, quienes se llevan todos los flashes o levantan la copa más que nadie. Pero Luis Galván, el defensor santiagueño del enorme Talleres de los setenta, fue tal vez el mejor jugador de la final en la que Argentina se coronó por primera vez Campeón Mundial. Y para el entrenador César Luis Menotti fue el baluarte del partido ante Holanda para conquistar el trofeo. Sin embargo, la simpleza de ese crack defensivo, viene emparentada con la claridad del entrenador que marcó un antes y un después en el fútbol argentino.

Galván se sumó a la selección de Menotti ya comenzado el año 1978. El entrenador venía convocando al central de Talleres a su Selección del Interior, esa que fogueó nuevos talentos y nutrió a la celeste y blanca. Formó dupla defensiva con el capitán Daniel Passarella y su rendimiento en la Copa del Mundo lo reveló como el gran tiempista de la Copa.

Es esta charla íntima con MundialDeFondo, en su casa de Córdoba, recorre su carrera y llega al punto máximo: aquel 25 de junio de 1978.

-¿Tus comienzos con la pelota en Santiago del Estero?
-Ahí en Fernández, en el centro de la provincia, jugábamos con una pelotita hecha con medias, no estaba al alcance comprar una de verdad. Se hacían campeonatos en canchas chicas y participábamos los hermanos. Después cuando nos mudamos a Santiago, mis hermanos jugaban en Independiente. No había divisiones inferiores y yo entraba cuando faltaba alguno. Cuando íbamos a jugar de visitantes ponían un toldo en un camión a manera de techo y ahí viajábamos. No había suplentes, había que ir con once. Con otro hermano más chico íbamos y le cuidábamos la ropa al equipo, porque no había vestuarios, te cambiabas a la sombra de un árbol. En algunos viajes faltaron jugadores de la reserva y me preguntaron si me animaba a entrar. Yo les respondí que lo consulten al Jorge, mi hermano mayor y él vino a preguntarme “¿querés jugar?”… “Y sí –le respondí– pero después ustedes hablen con mi papá”, porque era a él al que había que avisarle. Así, empecé, digamos “de casualidad” a los 16 años. Me ponían de central o marcando la punta, según el jugador que faltaba. Me tuvieron un año con la reserva y después empecé a jugar en Primera.
El club Unión (de Santiago) fue a Fernández a jugar un partido con Independiente y ahí me ven y me piden. Me fui con mi hermano que jugaba de 11 y a mí me pusieron de 3. Al final, mi hermano se había recibido de maestro y dejó, porque no podía hacer las dos cosas así que yo me quedé solo en Santiago del Estero. Jugué en Unión tres o cuatro años.

-¿Y cómo aparecés en Córdoba?
-Un señor Paoletti era el presidente de Unión y tenía un negocio de empanadas en Córdoba. Allí iban muchos dirigentes y cuando yo fui a Córdoba por unas vacaciones me decía que había varios que me querían ver… de Belgrano, de Instituto, hasta que caí en Talleres. Me tuvieron un entrenamiento, un segundo entrenamiento y me dijeron que si traía el pase me quedaba, porque el club no estaba en condiciones de pagar nada. Se hizo un préstamo y decidí dedicarme a jugar al fútbol, porque yo también soy maestro recibido. Pensaba ir a Córdoba a hacer un profesorado y trabajar como docente, porque me encantaba, soñaba con ejercer sobre todo con los más chicos, que en el interior tienen muchas necesidades, pero dije “vamos a ver cómo me va con el fútbol”. Le prometí a mis viejos que me quedaba un año a ver cómo me iba y que si la cosa no andaba, me dedicaba a estudiar un terciario.

-Parece que te fue bien…
-Jugué un solo partido en reserva de la liga local y en abril de 1970 me pasaron a la Primera. Jugaba y trabajaba en la FIAT. A fines del 73 se anunciaba la llegada de Ángel Labruna y el club tomó todo con más seriedad. Vino un dirigente a mi casa a decirme que los jugadores ya no tendrían que trabajar, que nos pagarían un mensual: “vaya a la oficina a verlo a Amadeo Nuccetelli que le va a hacer un ofrecimiento. Usted ya no tiene que trabajar, porque acá vamos a entrenar en doble turno”. No lo podía creer, me ofrecieron hacer los aportes, por el día de mañana, y me dediqué de lleno al fútbol. Ese fue el arranque de una campaña excepcional de Talleres en 1974, 75 y 76. La famosa final con Independiente en 1977, un gran equipo…

-Y paralelo a eso se da un cambio en las selecciones nacionales.
-Claro, la llegada de Menotti da un vuelco a la historia. “¿Por qué nos tenemos que fijar solamente en los jugadores de Buenos Aires y de Rosario?”, dijo eso y empezó a viajar por el interior para conocer todo el fútbol argentino. Me acuerdo que estábamos por jugar un clásico Talleres-Belgrano y anunciaron que vendría Menotti. ¿Sabés lo que era para nosotros que nos viera el técnico de la selección? ¡Una cosa hermosa! Y ahí empezó a convocar jugadores para la primera Selección del Interior, en el ’75 me llamó para ir a jugar los Juegos Panamericanos de México y ganamos la medalla de bronce. En el ’76 hicimos con esa Selección del Interior una gira por Perú y Bolivia… y así fue el proceso.

-¿Cuándo llega la convocatoria a la Selección mayor?
-Recién después de esa final que perdimos con Independiente. Era por el Nacional ’77 pero se jugó a comienzos del ’78. Después de eso se integraron a la selección que estaba entrenando en Mar del Plata jugadores de esos dos equipos: Pagnanini, Larrosa, Rubén Galván de Independiente más Bravo, Valencia y Oviedo, de Talleres. Yo no, y estamos hablando de febrero de 1978, así que me fui unos días a Santiago del Estero. Enseguida me llamaron de Talleres para que me sumara, porque íbamos a jugar la Copa del Oro de Mar del Plata, contra Boca, River y Racing. Y claro, la Selección y Menotti a la noche iban a ver los partidos de verano. Jugábamos contra Boca y no sé cómo habré jugado, pero al final del partido le preguntaron a Menotti y el dijo “me gustó un defensor”. Pero yo no quería hacerme ilusiones, pensaba que hablaba de Mouzo, que era más reconocido, tenía más chapa.
Y antes de dar la charla del partido con Racing, Saporiti dice “les tengo que dar una buena noticia, porque un compañero de ustedes se va a integrar a la selección mayor, así que Luis, después del partido volvemos a Córdoba pero el lunes tiene que estar a las órdenes de Menotti”… Qué emoción, no lo podía creer: pensaba “para mí que Saporiti se confundió”.
Llegué el domingo a Mar del Plata y me fui a un hotel en el centro, a esperar que se haga tarde, de noche, y lo llamé por teléfono a Rogelio Ponzini, que era el asistente de Menotti. “¿Y por qué no viniste aquí?”, me dice, ahí comprobé que era verdad que estaba convocado. Así que dormí en el hotel y el lunes bien temprano me fui para la concentración en la Villa Marista porque a las 9 empezaba el entrenamiento.

-Te sumaste casi sobre la hora.
-Y después, más o menos en abril, el Flaco lo llamó a Alonso y a Osvaldo Piazza, por lo que yo tenía miedo que me dejara afuera. Piazza estaba en Francia y tenía su experiencia. Pero por sus características, un lomo grandote, le hacía marca personal al delantero, y eso no le iba bien al juego de Passarella, que necesitaba un jugador que espere más a sus espaldas. Por eso se ve que Menotti se inclinó por mí. Desde el principio, de las primeras dos semanas que trabajamos juntos, me dio la camiseta titular. Debuto en un amistoso contra Uruguay y ese partido lo juego bien, lo que me dio confianza con mis compañeros. Y después, el Flaco Menotti nunca más me sacó.

-¿Recordás algún diálogo con Menotti que te haya marcado?
-Me acuerdo que me decía: “Mire que Daniel (Passarella) es un jugador con mucho temperamento; lo único que le voy a pedir es ´hableló, hableló, grítele, no le tenga miedo’. Y si no le escucha, insúltelo que va a ver cómo le va a prestar atención, porque él se va a querer ir adelante a hacer un gol de cabeza o de tiro libre, que me parece bárbaro pero no tiene que ser siempre así”. Menotti elegía los jugadores pensando en lo que él consideraba importante para el equipo y los dejaba jugar libremente. Una vez que te elegía te daba la confianza, pensando primero siempre en nuestro juego y luego a tomar precauciones por los hombres importantes que tenía el rival.

-¿Y el día de la final?
-El profe (Ricardo) Pizzarotti nos daba siempre una palmada en el pecho y me acuerdo que Menotti me tomó del hombro, me abrazó y me dijo “Luis, juegue como juega en Talleres”… ¡Oh! ¡¿Sabés lo que es que te digas eso?! No me pedía nada del otro mundo para entrar a jugar la final. Nunca me voy a olvidar. Y cuando terminó el partido, igual: “¿Vio Luis? Usted es un grande, no tiene ni idea de lo que jugó”. Siempre lo dice, que fui para él el jugador más regular de ese Mundial. Soy un agradecido por sus palabras.

-Todo un tiempista.
-Labruna me decía: “a estos jugadores muy hábiles, no los marque de atrás, póngasele al costado. Usted tiene buen anticipo, así que cuando usted vea que la pelota viene adelante, anticipe, para que no reciba”. Recuerdo muchas jugadas, muchos rivales… se trataba de pensar. Al jugador que manejaba la derecha, siempre trataba de cubrirle para donde él iba y que tenga que salir para el otro lado; al zurdo lo llevaba contra la raya, para que se tuviera que meter hacia adentro; así que ayudaba más al perfil mío y de mi compañero cuando iba a enfrentar más por el medio. Había que ser inteligente. Siempre pensaba ¿por qué me dan para marcar a tipos grandes físicamente? Comparados con mi altura era difícil, pero yo qué hacía: cuando iba a saltar, lo tocaba, lo desequilibraba y yo saltaba. Algunos decían “mirá Galván qué saltos que pega”, porque así yo podía ganarles en el salto. Pero el que lo hacía bien era Daniel (Passarella)… con tres metros de carrera se levantaba en el aire, tanto en defensa como en el arco rival. Si le dejabas tomar carrera, no lo parabas, además con su frentazo le daba dirección a la pelota.

-¿Cómo era compartir la dupla con Passarella?
-Primero hacía dupla con Olguín, después con Killer y cuando llegué yo el me dijo que le hablara: “acá tenés toda la confianza”. Y como me pedía Menotti, le gritaba, y él me daba bola.

-Eran ofensivos desde el fondo.
-Esa selección fue muy ofensiva. Mario empezó jugando como delantero y terminó siendo 10, más los tres delanteros. Eso no fue un invento, lo trabajó el Flaco, que sacó a Valencia para ponerlo a Kempes de 10 y sumar un delantero. Y en la segunda fase dijo “muero con la mía”.

Desde atrás Fillol y yo veíamos todo cuando Daniel subía. Menotti siempre me repetía que mire dónde está la pelota sin descuidar dónde está el rival, porque el que le va a hacer el gol es él. Yo siempre tomé muchas precauciones con eso, siempre viendo dónde estaba el rival. Un tipo que siempre me complicó por su inteligencia fue Paolo Rossi, cuando vos mirabas la pelota, él te ganaba la espalda. Otro así era Luque, muy efectivo adentro del área.

-¿Cómo fue ese momento en que Menotti tiene que recortar la lista de 25 a los 22 que jugarán el Mundial?
-Yo tenía miedo, aunque venía siento titular. El día anterior Pizzarotti nos dijo que estuviéramos a las 9:30 en el medio de la cancha, que el Flaco nos iba a hablar a todos. Y así fue, nos dijo: “no les voy a dar explicaciones porque no les van a servir. Y si mañana algún periodista les pregunta y ustedes quieren decir ‘el Flaco Menotti me mintió, es un hijo de puta’, díganlo, yo los voy a entender. Voy a dar los tres nombres y me retiro”. Y así fue. Dijo los tres nombres, se fue y quedó un silencio. Entonces Passarela, como capitán, tomó la palabra: “esto lo digo como cosa mía, los invito a los tres a que se queden, nos van a hacer falta”. Al final se quedó Lito Bottaniz. A Humberto (Bravo) lo vi llorar; Diego también, era chico.
Quedamos 22 y en los entrenamientos La Volpe jugaba de delantero… ¡Mamita, cómo metía, qué loco lindo! Pero muchas veces Lito completaba el cuadro de los suplentes.
En el ’82 pasó algo parecido, quedaron afuera Gordillo, Bauza y Bulleri.

-Recordemos partido a partido del ’78, a partir de Hungría…
-Difícil primero por el hecho de jugar en casa, era nuestro primer Mundial, nos veía el mundo entero. Cuando entramos a la cancha yo me agrandé, porque tenía confianza, porque en los amistosos Menotti me había puesto de titular. Y el camino al estadio, ¡qué locura la gente! Desde que salíamos de José C. Paz hasta River recibíamos el cariño del pueblo.

-Francia.
-Menotti nos marcaba siempre tres o cuatro jugadores, y ahí estaban Platini, Rocheteau, Tresor… Y después de eso nos aflojamos, porque sin jugar el tercer partido ya estábamos clasificados a la segunda ronda.

-Y llegó Italia.
-Si no perdíamos, seguíamos jugando en River. Algunos hablaron de un arreglo y yo les decía que no es así. Perdimos y tuvimos que ir a Rosario, donde no habíamos jugado ni un amistoso. Perder con Italia fue un cimbronazo. Quedamos mal porque empezamos a echarnos culpas entre nosotros. Pero muchachos, ya está, esto no tiene solución. Hay que ir a Rosario, teníamos que reaccionar porque el Mundial seguía.

-Polonia en Arroyito.
-Ese partido estaba parejo hasta que llega el penal, ese que hace Kempes y ataja Fillol. Después de eso Argentina empezó a jugar. Y el aliento de la gente, que estaba ahí encima, nada que ver con River.

-El clásico con Brasil.
-Fue el peor partido. Era querer ganarle como sea, con buen juego, a los patadones, como sea. En mi carrera jugué cuatro veces contra Brasil y no le pude ganar.

-La hora del famoso partido con Perú…
-Le habíamos ganado 3-0 un amistoso… Estábamos en el vestuario y mientras estaba jugando Brasil, que le ganaba a Polonia, porque así era la programación, estaba mal, porque salíamos con el resultado conocido. Pero la cosa es que antes del jugar sabíamos que teníamos que ganar por cuatro goles. Defensivamente arrancamos muy desordenados, si nos metían ese gol de Muñante nos ganaban 6-0 ellos. La cosa es que nos fuimos al descanso 2-0 arriba y Menotti nos dijo: “muchachos, yo los elegí a ustedes porque los considero muy inteligentes y este partidos lo vamos a ganar porque somos inteligentes. Tenemos que ordenarnos un poquito del medio para atrás y después ataquemos, ataquemos por acá, por allá, por acá… estamos jugando bien. Tranquilos. No nos descuidemos y tengamos fe”. Larrosa jugó un partido tremendo, rápido llegó el tercero y ahí se abrió.

-Y la final soñada con Holanda…
-No vimos jugar a Holanda, el Flaco le daba prioridad al juego de nuestra selección. Pero nos repetía una y mil veces: “miren que estos juegan con pelotas cruzadas, pelotas largas, hay que tener cuidado, Rensenbrink es un tipo rápido”. Me acuerdo que hubo como una discusión con Saporiti, al que Menotti le encargó que averigüe quiénes iban a estar en el banco de Holanda, y Sapo le confirma que no estará Naninga… Cuando en el segundo tiempo saltó del banco para entrar Naninga, Menotti lo mira y le dice “Sapo, la puta madre…”

Íbamos ganando y Holanda se venía, presionaba bien, metían pelotazos y no nos dejaban salir, era un equipo rápido y con buena técnica. El que lo habilita a Naninga cuando hace el gol es el Omar (Larrosa), que los muchachos lo cagaron a pedos. Ardiles, que venía de una lesión y hasta entrenaba con ojotas porque tenía como una fractura en un dedo del pie, volvió para la final.
Y en la última jugada del partido, salen ellos por la derecha y tiran una pelota cruzada. Estaba lloviznado y la cancha estaba rápida. Yo salgo y la pelota sale rápido… y se le va detrás de Olguín. Decir que Rensenbrink queda muy en diagonal, pero la pelota pega dos o tres piques, en el aire llega a meter el zurdazo y da en el palo… La pelota vuelve al área chica y menos mal que estaba Gallego para rechazar… la pelota sale y termina el partido.

-¿Cómo fue la charla antes del alargue?
-Como siempre, el Flaco: “muchachos, esto es así, así y así”. Cuando te empatan casi sobre el final y vas al alargue, entrás muy bajoneado. Ellos nos dominaron un poquito en el primer suplementario, pero cuando llegó el segundo gol ahí ya jugamos mejor, más tranquilos, ellos bajaron un ritmo. En el suplementario Argentina fue mejor, fue merecido el triunfo.

-¿Qué resumen hacés?
-Arrancamos con un nivel entres seis y siete puntos, algo muy bueno para una selección. Y con el agregado de que en la final hubo cuatro o cinco que rozaron los 9 o 10 puntos…

-Uno fuiste vos…
-No sé, no sé (risas)…

-Todos los diarios te dieron 10 puntos y Menotti dijo que no te equivocaste nunca en esa final.
-Sí, dijo que el jugador más regular a lo largo del torneo había sido Galván. Tengo los recortes guardados…

-¿En qué momento de una final así el jugador toma confianza?
-Cuando tenés dos o tres intervenciones que salen bien, te agrandás. Porque sentís el aliento de tus compañeros, el aliento de la gente que reconocía a un jugador del interior al que muy pocos conocían, eso te ayuda muchísimo. ¡Yo jugaba en Talleres, no jugaba Copa Libertadores ni nada!
Y en el equipo hubo picos muy altos en la columna vertebral del equipo. Gallego no hacía lujos, caños ni sombreritos, pero tácticamente fue un jugador fundamental, dominaba treinta metros para la derecha, treinta metros para la izquierda, treinta metros para el medio, le pegaba el grito a Ardiles cuando al Pitón le costaba volver, entonces el Tolo se quedaba parado delante de nosotros, del Daniel y de mí, y nosotros achicábamos a la espalda de él. Desde lo táctico fue el jugador más importante de la selección. Como en los relevos: cuando Daniel se iba arriba, yo pasaba de 6 y Gallego se ponía de 2; si subía Olguín, yo pasaba de 4 y Gallego también se ponía de 2.

Entrando a jugar ate Holanda, Menotti me tomó del hombro, me abrazó y me dijo “Luis, juegue como juega en Talleres”… ¡Oh! ¡¿Sabés lo que es que te digas eso?! No me pedía nada del otro mundo para entrar a jugar la final. Nunca me voy a olvidar.